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sábado, 27 de septiembre de 2014

David y los cangrejos

(Ilustración de Mika Mood)


En aquella excursión, lo que menos se imaginaba el pequeño David es que conocería a unos amigos muy especiales que, a partir de entonces, nunca más se separarían de él.

-¡Hola! ¿Puedes sacarnos de aquí?

David dejó la red de tela y caña azul, que su padre acababa de comprarle, en la arena para acercarse a mirar entre las rocas.

-¡Eh, niño! ¡Aquí abajo!

-¿Quién eres?-preguntó el niño extrañado al no ver a nadie.

-¡Nosotros dos! ¡Aquí!

-¡No seas así, Félix! Perdona a mi hermano, niño, es que está muy nervioso -suspiró una de las los dos voces que le pedían ayuda.

David daba vueltas alrededor de ellos intentando no parecer un loco ante el resto de los bañistas de la playa y, sobre todo, ante las personas que se agolpaban no muy lejos de él para pescar peces de roca, mejillones o cangrejos.

-¡No os veo! ¿Dónde estáis?

- Estamos bajo la roca de la derecha.

- ¡No Lando!, tu derecha no, la derecha de él. ¿O tal vez es mi izquierda?

El niño examinó la piedra con detalle y cuando vio que podía moverla lo hizo aprisa. Un poco más… ¡Por fin! La piedra se movió y David se llevó una grata sorpresa.

-¡Cangrejos!

-¡Shhhhhhhhh! ¡Baja la voz! ¿No ves qué podrían comernos?

-¡Oh!, ¡De acuerdo! ¡Lo siento!- Les contestó el niño echándose hacia atrás extrañado.
¡Era la primera vez que veía algo parecido! ¡No se lo creería nadie cuando lo contase! ¡Cangrejos que hablaban! Seguro que a sus amigos les encantaría saberlo.

-¡No lo riñas, Félix! ¿No te das cuenta de qué se ha asustado?

-Bueno, asustado, asustado… No del todo…-les contestó David mientras conseguía sacarlos de las rocas- ¡Ya estáis, libres!

Los dos pares de pequeños ojos se acercaron a los pies del niño. ¿Cómo podían ser tan pequeños?, se preguntó David.

- ¡Gracias, niño! ¡Ya era hora! ¡Vamos Lando! ¡Larguémonos!

El cangrejo llamado Félix se había dado ya la vuelta, dispuesto a marcharse rápidamente, cuando su hermano elevó la voz diciendo:

-¿¡Pero adónde vas!? ¿Es que no piensas agradecerle el gesto?

-¡Ya lo he hecho, Lando! ¿No me has oído? Es mejor que pongamos arena de por medio antes de que llegue alguien que nos pesque y nos eche a la cazuela.

David observaba, completamente atónito, a la extraña pareja de hermanos.

-Por cierto, ¿y tú cómo te llamas?-preguntó Lando al niño, como si las personas estuvieran acostumbradas a encontrarse con cangrejos parlantes todos los días- Solamente faltas tú por decir tu nombre.

-Yo, yo… Yo me llamo David, y no quiero ser grosero, pero nunca he visto a nadie como vosotros. ¡Sois dos hermanos muy singulares!

-Hombre, pues para singular diría yo que es tu careto, colega. ¿Pero te has fijado Lando en la expresión de bobo que pone? ¿Es qué nunca antes habías visto cangrejos, David? ¡Menudo careto! -repitió Félix.

Mientras, la cara del pequeño David parecía decir “¿Eh? ¿Entonces el raro soy yo? ¡Pues vaya!”

-Me parece a mí, Félix, que el niño tiene razón. Los humanos no están demasiado acostumbrados a esto. ¿Cuántos años crees que puede tener?

-Mmmmmm, ¡Seguro que no más de siete! -Repuso su hermano cruzándose de patas, en lugar de brazos, porque los cangrejos tienen unas patitas que terminan en unas gruesas y atrapantes pinzas.

-¡Ocho! ¡Tengo ocho años cumplidos!

Félix se desplazaba de un lado a otro mirando con descaro hacia todos los lados; aunque más que descarado Félix debía de ser un cangrejo bastante nervioso y miedoso; porque todos habríamos sentido miedo de que pudieran pescarnos, ¿no?

- Será mejor que nos vayamos, Lando. ¡Hala, arreando! -Y Félix caminó unos pasos diciendo adiós al niño tras haberse dado la vuelta con energía y rapidez.

-¡Eh, esperad! ¡Seguro que puedo ayudaros! ¡Se nos ocurrirá una solución para que nadie os pesque!

-¡Félix, vuelve! ¡Escuchemos a David al menos unos segundos! Quizá su proposición esté bien ¿no crees?

-¿¡Bien!?-Exclamó Félix a lo lejos.- ¿Y si resulta que solamente pretende engañarnos y luego avisa a un adulto o dos y nos pillan. ¡Ni pensarlo! ¡Adiós, amigo! ¡Yo me abro! ¡Tú haz lo que quieras!

Un atónito David se decidió a hablar para calmar a aquel cangrejo por el que, en el fondo, sentía simpatía por muy pedante que fuera:

- ¿¡No crees qué si mi intención hubiera sido comerte no te habría ayudado!?

Félix y Lando se miraron:

- ¡Pues eso es verdad, colega!

- ¡A lo mejor resulta que su idea es realmente buena! ¡Escuchemos lo que quiere decirnos!

Ha pasado el tiempo y Lando y Félix, los dos hermanos cangrejo, viven muy felices y aunque Félix sigue siendo tan gruñón y no para de quejarse, como de costumbre, en realidad tiene un gran corazón.

David los llevo consigo aquel día y les construyó una preciosa pecera para que vivieran tranquilos.

Siempre ha guardado el secreto de que Lando y Félix pueden hablar. Solamente él conoce su extraordinaria cualidad.

lunes, 22 de septiembre de 2014

La imagen del abuelo


                                                          Basado en una historia real. O, al menos, eso me han contado...


Nadie se encontraba en la casa. Nadie menos ella y su vecina de en frente Azucena, que había accedido a cuidarla mientras preparaba el temario para las oposiciones. Este encargo no era nuevo para la joven, que ya se había ocupado de la pequeña en anteriores ocasiones; sin embargo aquel día era distinto al resto, por lo que sabía que en lugar de estudiar tenía que jugar con su pequeña vecinita, para que no se disgustara y comenzase a pensar en el abuelo.

El  abuelo ya no estaba. Se había ido. Y esta vez para siempre. Y aunque la niña no dijese ni "mu", todo el mundo sabía que ya nada sería lo mismo. Para siempre se habían terminado sus idas y venidas al Hospital, aquel gran edificio donde muchas personas iban vestidas de blanco y, otras de verde, y llevaban calzos hipoalergénicos también blancos; no, ahora el abuelo ya no estaba con ellos.  <<Se ha ido al cielo.>> Le comentó su padre. <<Durante un par de días te cuidará Azucena. ¿Aceptas?>> Le preguntaba su madre con lágrimas en los ojos. Y es que, desde luego, el abuelo era un hombre muy querido por todos.

La familia al completo se encontraba desolada, pues el abuelo nunca había tenido una mala palabra para nadie, sino que siempre había tendido una mano a todos aquellos que precisaban de él. Sin embargo la pequeña, que todavía no entendía demasiado bien el fino umbral entre la vida y la muerte, se encontraba triste y, no porque su querido abuelito se hubiera ido al cielo y ahora fuera a ser una estrella, que brillaría por siempre jamás en lo alto del firmamento; sino porque no había podido decirle adiós. Y aunque él pudiese escucharla todavía, la pequeña quería haber compartido algunos momentos más junto a él y haber podido abrazarlo una vez más. En  resumidas cuentas: a la niña le hubiese gustado que se hubiera celebrado una despedida del abuelo. Pero ya no podía ser. En este tipo de casos no hay vuelta atrás.

-¿Por qué no puedo irme con vosotros? ¡Todo el mundo estará allí! Pero sus padres se negaron a que los acompañara, ya que la familia y el matrimonio no acudían a una verbena, sino a un tanatorio, lugar no recomendable para que visiten niños de tan corta edad; por lo que la pequeña se quedó en casa refunfuñando y con el disgusto en el cuerpo.

-¿Pero por qué no puedo ir? ¿No vais a despediros del abuelo? ¡Eso me han dicho los tíos! ¡Él estará allí! Y la pequeña lloraba a lágrima viva. Sin embargo a sus padres no les importó, porque sabían que junto a la joven Azucena a la pequeña no le faltaría nada.

Las horas de ese día y del siguiente pasaron entre juegos con su vecina y largos paseos por el parque, con el fin de que la pequeña estuviese entretenida. Pero durante la segunda tarde la niña quiso ver los dibujos animados en la televisión. Ya era la hora de las aventuras de su perro favorito.

Azucena ya se había ido a su casa hacía un rato y todos los adultos se encontraban desperdigados por la cocina y el comedor. En el salón solamente estaba la pequeña, sentada en el sofá y jugueteando con el mando de la televisión durante la franja publicitaria.

-¡Mamá, Papá, corred! ¡Tíos! ¡Corred, venid todos! ¡El abuelo está aquí!

Todo el mundo, incluido el hermano mayor de la pequeña, acudió a su extraña y nerviosa llamada. ¿A qué se refería con que el abuelo estaba allí?

-Cariño-se acercó su padre-el abuelito está en el cielo y el otro ya se ha ido a su casa. Aquí no hay nadie. Has sido tú y tu imaginación. ¡Anda, ea! La abrazó con sumo cariño, pues intuía que su hija, al igual que la familia al completo, no estaba viviendo un momento agradable.

-¡Pero estaba ahí!

-¿Ahí dónde? -Le preguntó su hermano intrigado acudiendo a apagar el aparato televisor. -¡A ver si te lo estás inventando!

-¡Bah, no le hagáis caso! La pobrecita está disgustada porque no ha podido despedirse del abuelo. Al menos no como a ella le gustaría... -Comentaban otros. -Seguro que en un par de días o tres se le pasa.

-Mamá, tú me crees ¿verdad?-Su madre no pudo responderle porque había roto en llanto de nuevo. Primero la muerte de su padre y ahora su pequeña hija de seis años le estaba contando con total seriedad que había visto al abuelo. -La imagen del abuelo apareció en la tele de repente. ¡Yo lo he visto! ¡Estaba ahí! Y estiraba sus extremidades superiores hasta el límite, buscando hacerse entender mejor.

Su hermano suspiró mientras enarcaba una ceja, apoyado en una silla, el resto de familiares se dedicaban miradas de cansancio y sus padres intercambiaron una con la que preferían fingir que no estaban escuchando nada de lo que la niña les estaba contando.

-¿Dices qué has visto al abuelo en la tele? -La pequeña asintió firmemente convencida.-¿Seguro? De nuevo el asentimiento por respuesta.

-¡Que sí, Papá, que sí! ¡El abuelo estaba ahí, en la tele! Yo estaba viendo los dibujos, salieron los anuncios y de repente de la tele nacieron unas rayas grises y todo se puso negro, negro... Y apareció allí la cara del abuelo.

 Sus padres la abrazaron intentando hallar consuelo ante todo lo sucedido y esperando poder consolarla a ella. También escogieron pensar que toda la historia era fruto de su disgusto; prefirieron pensar que el peso y la tristeza por no haber podido despedirse del abuelo había hecho que lo hubiera visto reflejado en el televisor. Quién sabe si habrá sido realidad o quién sabe si solamente habrá sido, efectivamente, fruto de su entristecida pero vivaz imaginación.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Marquesito



<<Buenos días, Marquesito>> <<Hasta luego, Marquesito>> 

Don Luis era conocido en todo el pueblo como "el Marquesito". Pero no porque sus convecinos quisieran burlarse de él,no; sino por su condición de heredero del marquesado de La Puesta.  Él era el último descendiente, en aquel momento, de una noble familia, cuyo origen se remontaba a la Alta Edad Media. Decía su árbol genealógico que, el primer marqués de La Puesta había sido íntimo amigo de don Rodrigo y don Pelayo.

No había perdido abolengo el apellido con el paso de los años, sino todo lo contrario: durante la Reconquista y, guerras sucesivas, los de La Puesta habían luchado con valor, siempre acompañando al vencedor. Esta antigua gallardía había hecho que "la familia del marqués", como solían denominarla popularmente, se ganara con los siglos el cariño de los suyos.

Y don Luis no era una excepción, por lo que, al igual que sus antepasados, todo el mundo se volvía para saludarlo cuando pasaba por las calles del pueblo. Fuera mañana o tarde, ya que rara vez se encontraba fuera de cama durante la noche, a excepción de alguna ocasional velada veraniega. A las muestras de afecto respondía  con un <<buenos días tenga usted. ¿Cómo se encuentra hoy?>> o preguntando con amabilidad <<¿Por su casa todos bien?>>.

-Este don Luis-comentaban muchos hombres mientras echaban  una partida al tute en el bar-es igualito a los de su estirpe: decoroso y siempre tan educado. Se nota que era buena la cuna en que lo mecieron.

-Don Luis es idéntico a su padre. Fíjate tú-le indicaba una vecina a otra, a la par que tejía en un banco o, llevaba agua hasta su casa-que me parece ver a don José Luis paseando por aquí. Pero, pobrecito, ¡hace tanto ya...!

-¡Que todos tenemos a su hijo en mente cuando nos hablan del marqués! Apuntaba la otra atándose el pañuelo a la cabeza, para apoyar el balde de la ropa, recién lavada y aún mojada.

"El Marquesito" sonreía y solía detenerse a hablar con todo el mundo, siempre que le era posible; porque en otros momentos algún miembro del servicio lo mandaba llamar y, en consecuencia, había de volver a su tradicional puesto. Don Luis odiaba las ocasiones en que se veía obligado a girar su bicicleta y volver a la casa donde había nacido y donde, todavía, vivía. ¿Por qué no podría pararse a charlar en el pueblo durante más rato? ¡Si allí todo el mundo parecía tan feliz! Las mujeres conversaban entre ellas, los niños corrían y saltaban hasta que se cansaban o se ponía el Sol y, algunos hombres jugaban a la petanca en la plaza del pueblo, sin embargo él tenía que volver por donde había venido. 

-Este caserón es demasiado grande...Debe de vivirse mejor en el pueblo...

-¡Sí, seguro que sí!- Le contestaba alguien sólo por rebatir. -¿No cree usted que si todos los marqueses de La Puesta han vivido durante generaciones en este lugar ha sido por algo? ¿De veras desea usted estar en el centro del pueblo?

Don Luis asentía firmemente convencido y se preguntaba, siempre para sus adentros, por qué nadie había hecho nada para remediar semejante problema. ¿Para qué quería él vivir siempre en "el caserón", como lo denominaba él mismo desde que tenía consciencia? Pero no estaba en su mano la solución, al menos por el momento, aunque sabía que algún día le daría la vuelta a la tortilla, como se diría en el ámbito de la cocina.

-Pues yo no le veo nada malo al pueblo...

Pero su opinión aún no contaba para nada, más que para escoger el color de su ropa, cuando se dignaban a escucharlo ya que, en la mayor parte de los casos, el título nobiliario no le servía para nada y, tenía que conformarse con llevar puestas las prendas que otras personas habían escogido por él. Tampoco podía decidir a qué hora acostarse, pues siempre había quien le obligaba a hacerlo cuando él no quería. Y Mamá siempre le decía que en "el caserón" se encontraban muy bien y, también, que habría sido del agrado de su padre, que una nueva generación se criara en la misma morada que él. 

-¿Por qué no podemos irnos al pueblo, Madre? Allí hay muchos niños y, yo aquí me aburro demasiado...

-Te comprendo, Luis, pero has de pensar que la mayor ilusión de tu padre sería, si nos estuviera contemplando desde el cielo, verte corretear por las mismas tierras donde él lo hizo de niño. Y, como bien sabes, este es el hogar de los marqueses de La Puesta. Ahora tú eres el marqués y, aunque aún no puedas hacerte cargo de todo aquello que tu título conlleva, debes continuar con la tradición familiar. 

El pequeño don Luis, tan querido y admirado por todos desde el día de su nacimiento, era hijo póstumo, puesto que su padre, el anterior marqués de La Puesta, había muerto en un fortuito accidente de caza tres meses antes de que su esposa diera a luz al primogénito y, debido a la desgraciada, único hijo del matrimonio. Desde el momento en que había llegado al mundo, ostentaba el título de marqués de La Puesta, pero no podía hacer otra cosa que escuchar incorporado en la cama, bajo las sábanas, a su madre que le hablaba melodiosamente. A pesar de que a don Luis no le gustara vivir en "el caserón", todavía le quedarían muchos años por habitar bajo aquellos techos. 

-Es un niño adorable-afirmaba la farmacéutica-es una pena que se encuentre tan solo. Debe de aburrirse mucho rondando por los pasillos de esa mansión...-comentaba con conocimiento de causa, ya que, una tarde de abril, el propio don Luis le había explicado como se sentía lejos de las calles y plazuelas del pueblo. Por más que la gente creyera y, otros su marquesado quisieran, a don Luis, aunque acostumbrado, no le convencía del todo su vida; por lo que habría entregado hasta el último pedazo de las tierras que había heredado.-No tiene padre ni hermanos y, eso no es bueno para un pequeño, no señor.

-Pero si la marquesa viuda ha escogido criarlo en soledad...No es quien el pueblo para meterse en donde nadie le llama...Además, cualquier otro hombre no sería su verdadero padre ¿no cree usted? Aceptaban otros la voluntad de la viuda de don José Luis, el antiguo marqués.

Don Luis conocía una puerta en los muros de la casa, que nadie recordaba, por lo que, de vez en cuando y sin que nadie se enterara, se escapaba para bajar al pueblo y jugar con los chiquillos y chiquillas de su edad, quienes siempre esperaban ansiosos el momento en que "el Marquesito", vestido o no de gala, hacía su aparición. Para ellos no existía título alguno, manantiales ni tierras, sino que Luis, como ellos lo llamaban con simpleza, era un niño más, ávido de esas horas de infancia que algún día habría de volar.

-¿Es cierto qué no te gusta vivir en tu palacio? Le preguntó en una ocasión Clara, una de sus amigas del pueblo, cuyas coletas hacían las delicias de todas y cada una de las madres del lugar. 

-No es un palacio y no, no me gusta del todo. Preferiría vivir aquí, cerca de todos vosotros. Señaló el pequeño don Luis, harto de la vida que todo el mundo creía que tenía. ¿Para qué quería él semejante casa? Al menos por el momento...

-Bueno, un palacio no será, pero sí un palacete que para el caso es lo mismo. ¿Pero por qué no eres feliz allí? Tu madre es una buena persona...

-Sí, pero es que yo solo me aburro.

-Pues mi madre dice que es un privilegio...Y que algún día te darás cuenta de cuánto te gustaría volver a ser niño y, querrás revivir todo lo que hayas sentido en "el caserón".


Ahora, que ya ha pasado tiempo y es adulto  recuerda, en su despacho de un gran piso de la ciudad, las palabras que un buen día pronunció Clara y, aquellas tardes en que paseaba por el pueblo, jugaba, todo el mundo lo llamaba "el Marquesito" y lo saludaba diciendo: <<buenas tardes, Marquesito>>. Ahora todo ha cambiado. Ya nada es lo que era y, don Luis se ha dado cuenta de que, en el fondo, no era del todo malo vivir en "el caserón". Aunque siendo niño hubiera querido vivir en el pueblo, ahora reconoce que los años en la atalaya familiar, conllevaron mucho más que, simplemente, vivir en "el caserón".